Durante las jornadas de movilización, las mujeres llevaron consigo dos piedras que representaban las voces de las personas ausentes, las cuales se hacían sonar golpeándolas entre sí y reforzando en las participantes la identidad de la civilidad, pues el compromiso era evitar las
provocaciones con la fuerza pública y en vez de tirarlas o agredir a alguien, la piedra no podía dejar de sonar para resistir frente a la violencia.